Miguel Antonio Chávez / Tratado sobre zombis

0
368
Compartir en Facebook
Compartir en Twitter
Escritor ecuatoriano Miguel Antonio Chávez (Foto: José Borges)

Tratado sobre zombis: De por qué Bob Marley nunca fue haitiano

Jean Claude Duvalier, Papa Doc, el dictador más temible de Haití, creía firmemente que era un poderoso bokor: el control que no lograba con la fuerza bruta de las armas, lo conseguía valiéndose de las creencias de su pueblo. Su legado más grande, además del índice más alto de analfabetismo e insalubridad del continente, fue contribuir al florecimiento del turismo zombi. Era obvio que la chica de la agencia de viajes, sonriente por mis conocimientos geográficos de Wikipedia, se percataba de mi mirada furtiva en sus elevaciones. El jefe me dijo “fin del recreo” y retornamos al trabajo en serio. Aún así, la chica vino conmigo. Me rompió tanto las bolas por esa vez que prometí llevarla a Martinica, que no me quedaba otra. Le dije al jefe que era una amiga de infancia y que de paso nos sería útil por su francés. Como era de esperarse, ni lo uno ni lo otro era cierto.

El jefe sentía una suerte de éxtasis poético cuando veía sus propios infomerciales turísticos transmitidos en los vuelos de las más importantes aerolíneas. Luego los maldecía por algún encuadre que pudo haber resultado mejor o una palmera que salió mal iluminada, y me dirigía una mueca. Con llamar a una aeromoza y pedirle un trago (haciéndose el sordo para que ella le susurrara al oído) se le pasaba.

En Haití, la creencia en el poder de los brujos o bokor es absoluta. No pocos haitianos toman medidas para evitar que sus familiares muertos puedan convertirse en zombis. No dudan en gastarse auténticas fortunas para cubrir las tumbas con pesadas losas, o en cavarlas en espacios donde abunde el tránsito de personas, para impedir que el brujo disponga de la intimidad necesaria para completar sus oscuros rituales. Estos negros pendejos, decía el jefe: más entretenidos eran los de esa miniserie Shaka Zulu.

La chica tuvo la precaución de caminar hacia la cabina del baño unos minutos después que yo. Ya adentro provocamos las mejores turbulencias de la historia de la aviación: si de algo nos inhibimos, fue solo del cigarrillo. Cuéntame, cuéntame más de las historias de esos negritos; y yo, sentándome en el retrete, le hablé de un caso ocurrido años atrás. Un bokor se había enamorado de una alta y atractiva muchacha que rechazaba todas sus proposiciones; hasta aprendió inglés para cantarle algo de Bob Marley a modo de serenata rastafari, pero nada. El brujo, despechado, decidió emplear la magia para vengarse, y la mujer no tardó en morir afectada por unas extrañas fiebres. Cuando se disponían a enterrarla, descubrieron que el ataúd era demasiado corto (ahí la madre recordó arrepentida su tajante prohibición para que su hija siguiera estudiando modelaje, por temor a que se mezclara con el mundo de los blancos). Así que optaron por retorcerle el cuello para darle cabida. Los padecimientos de la frustrada modelo no terminaron ahí. Durante el funeral, un cirio le cayó encima quemándole el pie izquierdo. Meses más tarde, se empezó a decir que el bokor había sido visto con una muchacha idéntica a la muerta. Pasaron unos años sin que la familia decidiera comprobar los rumores. Pero entonces uno de los hombres de la familia la encontró haciendo tareas domésticas para el brujo. Y esa mujer presentaba el cuello torcido y una quemadura en el mismo pie… Son unos genios estos haitianos, razoné, ¡convirtiendo a las mujeres en zombis nunca los podrán demandar por maltrato! La chica me respondió con un golpe en el brazo, aunque sé que me amó más con ese relato. El jefe se hizo el dormido cuando me vio regresar al asiento: lo que hayas hecho me importa un carajo, lo que sí me emputa es que no me hayas invitado.

***

William B. Seabrook, el primer periodista blanco que entró en contacto con el inframundo de los zombi haitianos, escribió: “Y lo que entonces vi, junto a lo que me habían contado (o quizás a pesar de ello), me produjo un tremendo shock. Lo peor eran los ojos. No era mi imaginación. No eran unos ojos ciegos, pero estaban fijos, desenfocados, sin visión. Todo su rostro… parecía tan inenarrable, incapaz de adoptar expresión alguna”.  Terminaron el infomercial al borde de la deshidratación, con un ejército de mosquitos escoltándolos por doquier. Registraron unas cuantas tomas, algunos testimonios de nativos (cuyos subtítulos fueron cambiados por una inverosímil labia de guía turística de Miss Universo) y una ceremonia claramente maquillada, en donde en lugar de mostrar el sacrificio de animales para sus dioses, parecía una coreografía zoofílica y sobreactuada de Broadway, tipo Cats. Los zombis no eran más que unos pobres idiotas bajo la influencia de la tetradorixina, una droga natural extraída del pez globo que les creaba un estado cataléptico y que luego, al “resucitar”, quedaban disminuidos considerablemente en su voluntad. Así, eran obligados a trabajar en los campos, o como cargadores de frutas en los mercados, o de público bulto para la foto de un mítin político. Incluso se dice que los Tonton Macoute, la milicia personal de Papa Doc, autores materiales de la desaparición y muerte de miles de opositores del régimen, eran una suerte de policía esotérica que se guiaba ciegamente por las creencias religiosas del dictador. Y Papa Doc nunca las ocultó. Quizá por eso o por motivos que solo su pueblo conoce, quince años después de su muerte, su cuerpo fue desenterrado y apaleado ritualmente.

Entre los testimonios alterados, una anciana decía velar a sus muertos durante varias noches seguidas para que la descomposición hiciera su trabajo y evitara que fueran herramienta útil para un bokor. Los más radicales llegaban al extremo de mutilar o destruir los cuerpos.

***

 El jefe levantó la cabeza como resorte dejando ver en el espejo el vestigio de dos líneas blancas debajo de su nariz, mientras la chica reía como puta de Babilonia y se estrellaba contra la puerta. Mientras tanto, el chico, en busca de otro baño disponible, se extravió en un largo pasillo y entró sin querer en una habitación en donde halló, apartada de todo el jolgorio, a una mujer, su rímel corrido y una botella; lo más cercano a Mónica Bellucci que uno podría encontrarse en la mansión del jefe. Disculpe, me perdí, le dijo, solo buscaba el… ¿Por qué tanta prisa en volver a la fiesta?, preguntó la mujer de su jefe. Y él, con prístina vocación de guía y boy scout, se sentó a su lado para contarle sobre otros métodos que los haitianos emplean con el fin de neutralizar a los malvados bokor, como introducir grandes puñados de semillas en el ataúd, con la fe de que su ocupante se entretenga contándolas si llegara a recibir la orden de levantarse de entre los muertos.

 


Miguel Antonio Chávez (Guayaquil, 1979) es narrador, guionista y docente universitario. Autor del volumen de cuentos Círculo vicioso para principiantes (2005), del libro dramatúrgico La kriptonita del Sinaí y otras piezas breves (2013) y de las novelas La maniobra de Heimlich (2010; 2013) y Conejo ciego en Surinam (2013). Realizó el prólogo y selección de GPS: antología de cuentistas ecuatorianos 1975-1984, publicado en Cuba (2013). Ha integrado numerosas antologías de relato como El futuro no es nuestro (versión digital, 2008), Asamblea portátil y 22 escarabajos: antología hispánica del cuento Beatle (2009), entre otras. Finalista del Premio Juan Rulfo de Radio Francia Internacional 2007. En 2011, la FIL Guadalajara lo eligió como uno de “Los 25 secretos mejor guardados de América Latina”. Integró el jurado del Premio ALBA Narrativa 2012. Es socio fundador de Paperback Laboratorio de Contenidos Audiovisuales.

Comments

No hay comentarios

Dejar respuesta